El nombre del Padre

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Fue hace 15 años. Releía, por enésima vez el Seminario III de Lacan con la esperanza de arrancarle alguna pista nueva que me ayudara a despejar las incertidumbres que me generaba la problemática de las psicosis. Tengo un recuerdo muy preciso. Algo que sabía desde mucho tiempo antes se revelaba con esta frase:
“Nuestro punto de partida, el punto al que siempre volvemos, pues siempre estaremos en el punto de partida, es que todo verdadero significante es, en tanto tal, un significante que no significa nada.”

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Fue hace 15 años. Releía, por enésima vez el Seminario III de Lacan con la esperanza de arrancarle alguna pista nueva que me ayudara a despejar las incertidumbres que me generaba la problemática de las psicosis. Tengo un recuerdo muy preciso. Algo que sabía desde mucho tiempo antes se revelaba con esta frase:

“Nuestro punto de partida, el punto al que siempre volvemos, pues siempre estaremos en el punto de partida, es que todo verdadero significante es, en tanto tal, un significante que no significa nada.”

Advertí también, que habiendo pasado innumerables veces por ahí, no había aprehendido lo esencial. Esa afirmación de Lacan, sembrada en otros mil lugares de su discurso, portaba una clave cuya dimensión y alcance no estaba en condiciones de medir en aquél momento. Se convirtió, sin embargo, en el punto de partida de un trayecto, cuyos resultados están condensados en este libro.

Ya sabía que el significante no tenía sentido, pero aún así… A partir de aquel momento me aferré con fuerza a ese sin–sentido significante, tan invisible a los ojos y tiré de la cuerda. Pronto comprendí que Lacan pretendía afanosamente localizar en la estructura del lenguaje un referente primordial del sin–sentido, un punto de origen, de sostén. Es así que en ese mismo seminario, aparecieron términos diferentes pero equivalentes entre sí: significante privilegiado, significante primordial, significante puro, significante en lo real, significante puro sin sentido. Con ellos Lacan trataba de introducir en el psicoanálisis lo que la tradición judía había gestado con yhvh, el impronunciable e incognoscible Nombre de Dios. Lo imposible de conocer es el sin–sentido que el Nombre encarna.

Asido a esa amarra me di cuenta que ella, siempre la misma pero teorizada de diferentes formas, rodeaba el contorno de la Página 10 Página 11 columna del edificio del psicoanálisis. Tal como sucede habitualmente con los fundamentos, estaba oculta en el subsuelo.

Ella llevaba enlazados, varios conceptos basales de la teoría freudiana, la represión originaria, el padre originario, e incluso el signo perceptivo de la primera experiencia de satisfacción. Temas anudados por Lacan a la cuerda real del sin–sentido.

Tirando aún más, reencontré la instancia de la letra, esta vez en el corazón de la problemática del Nombre del Padre. Referencias teóricas de Lacan iban sucediéndose a medida que seguía la ilación: la función rasgo unario, del nombre propio, del Uno y con no poca sorpresa, siempre girando en torno al mismo eje, el significante Falo. Mientras tanto, al tiempo que recorría y reconocía el subsuelo, se dificultaba el diálogo con mis colegas de planta. Estaba cada vez más solo, allí abajo, en el agujero del sin–sentido. Esto me condujo a constatar una y otra vez, la coherencia lógica de mi lectura. A veces, agarrado a la cuerda creí perder la cordura.
Nuevas denominaciones, nuevos giros del mismo cordel: el significante amo y el padre real, éste último aparecido mucho antes, reaparecía de forma más rigurosa, en el matema de la existencia:

Tras un largo trecho asido del sin–sentido, vi que dicha cuerda estaba hecha de goce. No lo había advertido antes. El sin–sentido,que es uno de los nombres de lo real, es también una de las especificaciones del goce, de un goce que está intrínsecamente ligado a la castración. Me llevó esto a otra noción de Lacan, heredada de Freud, la Pulsión de Muerte, que también se enlazó a la cuerda del sin–sentido y la función de la ley.

En lo hondo del edificio hallé también algo diferente del Nombre del Padre que constituía el punto de apoyo de la columna: el objeto “a”, del que el Nombre del Padre extrae la savia del goce que lo nutre.

Al llegar al Seminario R.S.I., la cuerda de la que tiraba se convirtió en la cuarta cuerda del Nudo Borromeo. Asido de ella, llegué a la superficie y recorrí los distintos ambientes de la casa.

Hay muchas cosas enlazadas a la cuerda de la existencia de lo real que ni siquiera mencioné en el libro. No he pretendido abarcar mucho, sino apretar lo más fuerte posible. Salvo algún circuito lateral inevitable, trato sólo un tema. Queda para el lector la tarea de integrarlo al cuerpo teórico del edificio, del que ese tema constituye su soporte.

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