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El inconsciente y su traducción

Retrieved from: The European Journal of Psychoanalysis

Norberto Rabinovich


Resumen

Interrogo en este trabajo el núcleo lógico de las operaciones de traducción en que se soportan los mecanismos de represión, retorno de lo reprimido en el síntoma y la técnica de la interpretación del inconsciente. El personaje central de estos circuitos es la letra, en tanto lo reprimido se aloja a nivel de unidades literales sin ningún sentido. Por consiguiente, abre la pregunta acerca de cómo llega a ser traducida la letra en un mensaje (el síntoma) cuyo contenido central no significa nada. En función de lo mismo, ¿cómo debe intervenir el analista para traducir con su interpretación aquello que identifica como mensaje del inconsciente? Evidentemente, requiere que se abstenga de comprender y explicar aquello que insiste por revelarse en el discurso como ausentido. La interpretación a la letra cierne la especificidad de la traducción que concierne al acto analítico. Identifico esta modalidad de traducción centrada en el soporte literal de la palabra con el concepto de transliteración, operación dominante en la traducción poética.

En la otra orilla se ubica la traducción semántica del mensaje, que corresponde a la percepción clásica del concepto de traducción, y, donde se asienta, entre otras, la práctica psicoterapéutica.

La otra problemática que abordo remite a implicación que existe entre la traducción de los retoños del inconsciente y la satisfacción de la pulsión. Aquí la categoría lacaniana de lo real permite explicar la bisagra entre el goceausencia propio de la pulsión con el ausensentido de la instancia de la letra, inefable sustancia del goce del inconsciente.

Introducción

La problemática de la traducción es un asunto central de las ciencias del lenguaje y a su vez constituye un tema crucial de la teoría y práctica del psicoanálisis, que en primer lugar aporta la evidencia de modalidades de traducción realizadas sin la intervención del sujeto de la conciencia. Un síntoma neurótico o un producto psicopatológico de la vida cotidiana, o cualquiera de las ramificaciones del inconsciente, explicó Freud, son resultado de una operación de traducción de representaciones reprimidas. Pero la clave fundamental del descubrimiento freudiano concierne al hecho de que dicha traducción del inconsciente aporta satisfacción a la pulsión.

El campo de fenómenos englobados en la categoría de síntoma analítico concierne a un tipo de traducción que comporta un quantum de goce no incluido en las dos mayores categorías clásicas de las teorías de la traducción centradas en las nociones de signo lingüístico y del sentido ligado a su empleo.

Esto no es todo. El goce que transportan los mensajes del inconsciente, de acuerdo a la conceptualización freudiana, llegan al sujeto de la conciencia sin que medie un acto de conocimiento. Como si el receptor acusara recibo de su contenido en el seno de una experiencia que Freud definió de carácter alucinatorio. La satisfacción alucinatoria, afirmó, no es algo privativo de los sueños, como suele pensarse, sino del conjunto de formaciones del inconsciente. En este trabajo, abordaré dicho núcleo duro de la traducción del inconsciente.

Diferentes categorías de traducción

La etimología latina de la palabra traducción –traductio– significa conducir a través, trasladar algo de una orilla a la otra, transportar o traspasar un contenido de un lugar originario a otro de destino. Se empleó de manera dominante para definir la acción de hacer pasar una palabra o un mensaje de un idioma a otro. Pero ese es solo un caso de una amplia gama de operaciones lógicamente equivalentes. Jakobson distinguió tres grandes categorías relativas a la traducción:

  1. la traducción interlingüística, referida al caso recién mencionado;
  2. la traducción intralingüística, por ejemplo, la interpretación de un texto formulado en el mismo idioma; y
  3. la traducción intersemiótica cuando se trata del traslado de un mensaje formulado en signos no verbales a signos lingüísticos.

El problema se complejiza cuando pretendemos identificar el contenido que se traslada de una orilla a la otra en la traducción: ¿el signo? ¿el significado? ¿la significación? ¿el goce? Lo mismo sucede cuando queremos precisar el estatuto de cada orilla: ¿de un emisor a un receptor? ¿de un lenguaje a otro? ¿de la palabra hablada a su escritura? ¿O, focalizando nuestro tema, del sistema inconsciente al sistema P-Conciencia y viceversa?

La problemática clásica de la traducción estuvo centrada en la premisa de transportar el significado de un texto en su lengua de partida a un significado equivalente en la lengua meta. Pero, ¿cómo trasladar, en la traducción interlingüística como en la interpretación intralingüística, un contenido tan escurridizo, esquivo, ambiguo como el significado de una palabra o -mucho peor- de una frase o un largo discurso? Las palabras tienen identidad material precisa, pero el sentido no está adherido a ellas ni en el terreno de origen ni en el de llegada. Dada la equivocidad estructural del signo lingüístico, la tarea de traducir comporta múltiples aristas y dificultades. Visto que el significado del signo lingüístico no está dentro ni pegado a él sino que depende del contexto significante, capturar el significado, comprenderlo o traducirlo es un asunto de conjeturas. La traducción centrada en la vía del sentido es una tarea lógicamente imposible si pretende conservar su contenido. De donde la conocida expresión traduttore-traditore. La traducción semántica necesariamente traiciona su misión. La pretensión de exactitud debe renunciar a sus aspiraciones, y, más humildemente conformarse con lo posible, lo verosímil y buscar alguna equivalencia significativa entre la traducción y lo traducido. En este aspecto toda traducción es en el fondo una versión contingente del traductor, es decir, un acto de infidelidad reconocida o no.

Estos argumentos también tienen validez en la comunicación verbal corriente en un mismo idioma. Un enunciado verbal de difícil comprensión requiere que el receptor realice un trabajo de interpretación, es decir que traduzca el original con otras palabras del mismo idioma para atrapar el opaco contenido semántico que le supone.

Incluso cuando el pasaje del contenido significativo de un enunciado se presenta claro y sencillo, comprenderlo no es sino suponer comprenderlo. Hay una inevitable dosis de credulidad en el buen entendimiento entre los seres hablantes. La expresión en francés la letre voleé puede ser comprendida sin dificultad por otro francófono. Sin embargo, es preciso que el buen entendedor elimine el equívoco carta/letra que condensa el vocablo letre. No es lo mismo robarle una carta al cartero que una letra al mensaje. El momento de comprensión del sentido es una operación que censura la equivocidad del signo lingüístico. La misma disyuntiva se le plantea al traductor de dicha frase al castellano. ¿Traducirá la carta robada o la letra robada? En cualquier caso, traicionaría.

No te preocupes, te interpreto bien le dice el interlocutor a su amigo. Podría haberle dicho te entiendo perfectamente suturando con mayor vigor que tal esperanza está condenada al fracaso. Ante esta imposibilidad estructural de transportar íntegramente de una orilla a la otra el significado de un enunciado verbal, Lacan concluyó que la ley del lenguaje es el malentendido. Lo cual no impide que el lazo social se soporte en la creencia de la estabilidad y consistencia imaginaria de los semas del lenguaje.

Estas consideraciones conciernen radicalmente a la práctica psicoanalítica, ya que el analista se ofrece como intérprete calificado de la verdad oculta que interroga el analizante. Hace de representante de la función del sujeto supuesto saber y cualquier interpretación focalizada en la traducción del sentido cae bajo el peso de la sentencia traduttore-traditore. ¿Cómo evitar este atolladero? ¿Es posible cruzar la frontera de la imposibilidad de interpretar la verdad de un enunciado verbal?

El sueño y su interpretación

Freud explica que el contenido manifiesto del sueño es el producto de una traducción del contenido latente llevada a cabo por la labor onírica. Aquí, las dos orillas se corresponden al contenido latente en el lugar del texto de origen y el manifiesto ocupando el puesto de versión traducida. Entre uno y otro, la labor onírica inconsciente realiza la tarea de traductor. La misma lógica que se reproduce en cualquier formación del inconsciente: el objeto de una fobia es el contenido manifiesto que traduce un contenido reprimido, igual que una conversión histérica o una representación obsesiva, y así sucesivamente. Es evidente que si una hormiga puede desencadenar un ataque de pánico se debe a la apercepción de tipo alucinatoria de un peligro real que presenta la hormiga pero que no viene del insecto. Paradójicamente, un peligro irreal aporta más certeza subjetiva que un acto de conocimiento. Si miramos con lupa analítica esa hormiga para descubrir la causa de la angustia, podemos encontrar un hormigón, como el puente de hormigón desde el que se arrojó un amigo. La secreta tentación de tirarse al vacío fue traducida por el temor a morir con el ataque de la hormiga. Las formaciones del inconsciente son traducciones cifradas que reclaman ser descifradas.

Siempre existieron intérpretes consagrados socialmente de este tipo de fenómenos ocultos, mágicos, misteriosos, imaginados como mensajes enviados por seres del más allá, dioses o demonios. Freud se puso la mochila al hombro para hacer entrar este campo de la experiencia humana en el dominio de la cientificidad. Los sueños son los más comunes y cotidianos de ellos, y consideró que su interpretación constituía la vía regia para alcanzar la misteriosa orilla del inconsciente.

La teoría de los sueños, escribió Freud en 1933, es lo más característico y singular de nuestra nueva ciencia. No solo tiene un valor incomparable en la práctica clínica, sino que constituye un insustituible medio para la construcción de la teoría (1983, pp. 7-28). Por eso en Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis comentaba con cierta decepción que a medida que se extendían en tiempo y espacio los nuevos aportes al psicoanálisis, la cuestión de los sueños era cada vez más escasa hasta la desaparición total de la sección correspondiente. Los psicoanalistas se conducen como si nada tuvieran ya que decir sobre los sueños. (Freud, 1983, p. 8). Pasaron más de 90 años desde aquel momento y podemos constatar que a medida que el psicoanálisis amplía su influencia, sus teóricos y practicantes van perdiendo más y más interés en la interpretación de los sueños. Lo que me permite deducir que, por regla general, tienden a psicologizar la comprensión teórica de su oficio volviendo a una idea de la psiquis anterior a Freud.

Escribió Freud en La interpretación de los sueños:

Las ideas latentes y el contenido manifiesto del sueño se nos muestran como dos puestas en escena del mismo contenido expresadas en dos lenguas diferentes, o mejor dicho, el contenido manifiesto se nos presenta como una transferencia de ideas latentes a una diferente forma expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos de aprehender por la comparación del original con la traducción. (285)

Subrayo el inconveniente de hablar de ideas latentes o pensamientos inconscientes porque tales ideas o pensamientos son efectos imaginarios de sus vehículos materiales, los signos. Mucho peor aún la ilusión poder transferir el mismo contenido ideativo de un sistema al otro.

El pasaje citado permite advertir que el texto de partida -latente o reprimido- para Freud no está confeccionado con el mismo tipo de signos que emplea la traducción. No se trataría entonces, desde esta perspectiva, de una traducción interlingüística ni intralingüística, sino del tercer tipo denominado por Jakobson traducción intersemiótica. Las unidades del texto reprimido, entendió Freud, son elementos de un complejo sistema preverbal forjado esencialmente con imágenes visuales ajenas a las reglas gramaticales, sintácticas o lexicales que regulan el lenguaje. Por otra parte, las representaciones reprimidas funcionan como representantes de la pulsión – Triebrepräsentants-. Ellas transportan la carga pulsional de manera real. Sería algo así como el empleo de una rama encendida como signo de un incendio en un bosque lejano.Tendría valor de signo pero transporta el fuego de manera real.

Cuando estos signos reprimidos llegan a la conciencia generan un pequeño incendio traumático. Esta suerte de anudamiento entre lo real y su signo constituye en problema central de la teoría del inconsciente e indica la estructura lógica a la que debe ajustarse la interpretación analítica.

En el caso de los sueños es preciso distinguir dos operaciones. El contenido manifiesto de sueño es percibido por el soñante de manera dominante en imágenes visuales que resultan, dice Freud, de una especie de puesta en escena – Rücksicht auf Rarstellbarkeit- del contenido ideativo de las palabras. Por ejemplo, una duda del soñante relativa a su filiación paterna puede figurar en el sueño con la imagen de una mancha de sangre, que a su vez ingresa en el relato del sueño con el término sangre. La equivocidad de la expresión un asunto de sangre reconduce al tema disparador del sueño. Este tipo de operaciones entran en la categoría de traducción intralingüística. Pero el retorno de lo reprimido, como lo entendió Freud, reside en una traducción intersemiótica de un sistema pre-verbal compuesto por Sachvortellungen ( representaciones-cosa) a un sistema verbal cuyas unidades son las Wortvorstellungen (representaciones-palabra o simplemente palabras). Las primeras son las que trasportan el goce que convierte la experiencia del soñante en una inocente psicosis onírica alucinatoria, como la calificó Freud.

El inconsciente está estructurado como un lenguaje

Este axioma lacaniano, el inconsciente esta estructurado como un lenguaje, es perfectamente congruente con el descubrimiento freudiano pero no como lo conceptualizó. Lacan afirmó que el campo de lo reprimido está constituido por unidades significantes y no signos pre-verbales como explicó Freud. Los significantes de las cadenas inconscientes, no se distinguen de las palabras pasibles de conciencia por pertenecer a diferentes estructuras semióticas, sino por su adscripción, unas a la función semántica, referencial o significativa del significante y, las otras, alineadas en el registro asemántico de la función fonológica. Por ejemplo, a nivel de las representaciones reprimidas sometidas a los procesos primarios, el grupo de letras maría puede transportarse a marea o marido dada la equivalencia homonímica parcial que las identifica. Este proceso de traslación por identidad de percepción, como define Freud, se distingue de los procesos conscientes o preconscientes porque estos se soportan en la identidad de pensamientos, es decir en la función significativa, imaginaria, del signo lingüístico.

La palabra hablada y su registro mnémico

Es una ilusión pensar que en un diccionario figuren las palabras en una columna y en la otra su o sus sentidos. En el lugar donde buscamos los significados, no hay sino significantes. Lo mismo sucede cuando somos receptores de un mensaje hablado. Solo escuchamos los sonidos de las palabras cuyos significados imaginamos. En el momento de comprender el sentido de un enunciado, los sonidos verbales registrados resultan hurtados a la conciencia. Esta particularidad prepara el terreno sobre el que se ejerce la represión.

Los seres hablantes que habitan la dit-maison, explica Lacan, están sujetos a dos efectos del significante en el discurso: los efectos de significado y los efectos de escritura. ¿Escritura? Lo que el receptor escucha de lo que se dice, aun analfabeto, son vocalizaciones codificadas de su lengua constituidos por los fonemas, que llamamos letras. Jakobson demostró que la estructura fonológica de todas las lenguas conocidas es universal. Esta Torre de Babel está compuesta por un repertorio relativamente pequeño de 24 a 28 articulaciones del aparato fonatorio. El inconsciente freudiano comparte esta atribución de universalidad en todos los par-letres.

Ante ciertas críticas al axioma anteriormente citado respondió Lacan en el Seminario XVIII: Que el sueño sea un rébus, dice Freud, naturalmente no es lo que me hará renunciar un solo instante a que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, pero es un lenguaje en medio del cual apareció su escrito. (1971). Los mensajes que vienen del inconsciente son como cartas escritas con palabras cuyo contenido es del orden de letras sin ningún sentido. Siendo así, el desciframiento analítico de estos productos reside centralmente en encontrar la cifra y no el sentido.

La transliteración

Defino la operación de transliteración como un modo específico de traducción centrado en el transporte de un signo verbal de un lado a otro en función de su identidad literal sin consideración de su arraigo significativo. El ejemplo paradigmático se presenta en la traslación interlingüística del nombre propio. Dado que su función no es significar lo que nombra sino inscribirlo como puro símbolo, los nombres propios son intraducibles semánticamente. Exigen pasar de una lengua a otra conservando la identidad fonológica. En castellano no se traduce a Platón como plato grande, sino repitiendo aproximadamente el mismo sonido desligado de las significaciones acumuladas a lo largo de la historia. El contenido a transportar en este tipo de traducción que llamaría traducción-transliteral, es la materia formal del signo mismo. Siendo así, en estos casos la traducción no traiciona, o, parafraseando a Lacan mediodice la verdad. La noción de rememoración específica del inconciente – Wiederholung-, en tanto diferente a la reminiscencia imaginaria – Erinnern– se soporta en el trasporte de letras.

La problemática de la transliteración es una cuestión central en el campo de la traducción poética. Si la traducción de una poesía atiende de manera dominante al contenido semántico, el resultado puede ser ajustado pero pierde su función esencial, la de hacer pasar al receptor un efecto de goce. Si el traductor, en cambio, se preocupa por trasladar a la nueva versión la magia del poema, no tendrá otro recurso que fabricar con sus palabras otra poesía aunque traicione, o mejor, transcree el alcance significativo del original. En la traducción de un poema a otra lengua alejada de la primera, no importa conservar los mismos elementos fónicos del original sino redoblar la apuesta poética de hacer resonar las palabras en el interior de la lengua del traductor. Los ritmos, la cadencia, la rima, el número de sílabas y una gran cantidad de propiedades de la materia formal del poema son empleadas a fin de reproducir el efecto de goce del texto original. Desde nuestra perspectiva: el goce poético va de la mano del efecto de escritura inducido por la traducción.

El otro campo donde la traducción se ha visto asediada por la necesidad de transliterar es el de la interpretación de los textos bíblicos. La premisa de fe afirma que Las Escrituras Sagradas son tales en la medida que contienen en sus líneas elementos de la lengua original, el verbo divino otorgado por Dios. Así, la interpretación, para asegurar la fidelidad a Dios, debe afincarse en la materialidad de la letra para no traicionar la verdad divina. Un cabalista cristiano del siglo XIII llamado Arnau de Villanova (2005) testimonia así su preocupación:

Ni una iota ni una tilde pasará hasta que la Ley se haya cumplido. La iota es la menor de las letras griegas, que corresponde a la hebrea yod y a la latina i, pero las tildes, tanto en el alfabeto árabe como hebreo, son puntos que a veces sustituyen a las letras o las vocalizan. En hebreo se utiliza constantemente porque su alfabeto carece de vocales. Así pues, se insinúa claramente que toda letra o ápice contenidos en la Sagrada Escritura, por pequeños que sean, significan alguna cosa de los misterios divinos. (32)

El punto de partida y, al mismo tiempo, la meta infatigablemente buscada por el intérprete, es el Nombre de Dios, el misterio de los misterios donde se afinca la Verdad, el que, en tanto significante Uno, ocupa el lugar de significante con valor semántico cero del universo del lenguaje. El exegeta es también un traductor avocado por alcanzar, siguiendo el camino de las letras, un vacío llamado místico. Es el camino inverso al que conduce a la convicción del sentido que aporta el dogma religioso. No casualmente, muchos escritos de este autor fueron quemados por la Inquisición, sufriendo un destino común con otros místicos. Es sugerente que, cuando Lacan decidió hacer su locución anual acerca de la función del Nombre del Padre fue condenado por las autoridades de la iglesia psicoanalítica internacional.

Un entrelazamiento similar entre la letra y el goce sucede, entre otros, con el chiste. Si la traducción interlingüística de un chiste no provoca risa, el traductor genera lástima. También resulta insulsa la interpretación intralingüística centrada en el significado del chiste, o sea, el intento de explicarlo. El efecto de significación del chiste produce o revela un efecto de agujero, de caída de la función semántica encargada de comprender el sentido. En el encuentro del receptor con el vacío de sentido reside la clave del goce.

Todo esto nos va arrimando al problema de la interpretación analítica. Los recursos del pensamiento y la razón se muestran impotentes si la traducción interpretativa no hace resonar la letra de goce.

Freud decía que para interpretar un sueño era preciso tomar el contenido manifiesto como un texto sagrado. Para ello propuso escucharlo con atención flotante, es decir, no traducirlo como una unidad significativa sino recoger cada elemento del relato por separado y buscar por medio de la asociación libre del analizante –en un andar sin pensamientos, como dice el tango- intentar recuperar el hilo de las consonancias, asonancias o resonancias que hacen de puente entre el texto original reprimido y su traducción manifiesta. Lo que resuena es la parte del mensaje que no ingresa al campo del logos sino como efecto de goce.

El vector dominante del ciframiento o desciframiento de un sueño se soporta en la transliteración. La dimensión significativa de su técnica interpretativa no puede ser arbitraria pero solo está en condiciones cernir de manera aproximada, imprecisa, aparente, su orientación.

La letra, el sentido y el vacío

La palabra cifra procede del latín que traduce del árabe sífr con el significado de vacío. Descifrar es encontrar la cifra vacía de sentido, que es finalmente la propiedad más específica del signo lingüístico. Lacan (La tercera) subrayó:  hay un lingüista (se refiere a Jakobson) que ha insistido mucho en que el fonema no tiene sentido. Pero lo molesto es que la palabra tampoco tiene sentido. Yo me animo a hacer decir a cualquier palabra en una frase, cualquier sentido. (175).Lo que equivale a afirmar que por sí mismo, el significante no tiene ninguno.

Podemos comparar al significante con una valija que forma parte de un conjunto abierto en el que cada valija es diferente, por su forma, tamaño, color, etc. de todas las demás. Cada una puede ser llenada en cada viaje con cualquier contenido, similar o distinto, pero su estructura conserva siempre el vacío semántico. En la comunicación cotidiana se supone que las valijas-significantes transportan significados. Comprender el sentido, siguiendo esta metáfora, no sería otra cosa que llenar imaginariamente el hueco de la valija recibida. Pero esta regla general de la comunicación tiene sus excepciones. Un chiste, por ejemplo, en la medida que la compresión directa del significado tropieza revela al receptor, en el seno de una experiencia de anonadamiento, que la palabra no significaba lo que suponía, sino que ocultaba otro sentido. El efecto de revelación, que es también efecto de goce, Lacan lo denomina efecto de significación, de metáfora, de creación, de poesía o efecto de verdad. El efecto de significación no es un efecto de significado precisamente porque resulta de una suerte de falla en la continuidad de la función comprensiva del discurso. Momento lógico donde el receptor se confronta con el sin sentido –pas de sens- del significante y descubre que el mismo elemento puede hacer pasar un sentido inesperado –pas de sens-. Uno latente en la memoria semántica del hablante, o cualquier significado nuevo.

El efecto de significación constituye un concepto esencial para entender las operaciones lógicas que subyacen al dominio de la función poética del lenguaje. El pas de sens encierra el núcleo de la traductio que elaboran los mensajes del inconsciente para transportar el goce pulsional. Esta comprensión teórica requiere incluir en el concepto de traducción el traslado de un vacío imposible de conocer. El mensaje llega a destino cuando el receptor pierde el sentido y se confronta, entre percepción y conciencia como decía Freud, con un agujero que da lugar a una experiencia alucinatoria.

El resorte del goce de la creación y traducción de un enunciado forjado por la función poética se sitúa en la técnica de vaciado semántico. Incluso en el terreno de la prosa literaria su traducción a otra lengua acarrea problemas análogos relativos al traspaso del interjuego entre resonancia, sentido y significación que la traducción de un texto poético. Si dicha traducción no replica con los elementos de su lengua el efecto de grieta semántica, la traducción resulta una pálida imitación del original.

La represión

El mecanismo de vaciamiento de sentido del significante constituye el nudo del mecanismo de represión conceptualizado por Freud. Éste reside en la expulsión de las Vorstellungen- propiedades representativas o contenidos ideativos- del representante psíquico – Repräsentant – significante en la perspectiva de Lacan. En el texto El inconciente de 1914, Freud se expresó así: La esencia de la represión consiste exclusivamente en rechazar [ Abweisung] y mantener excluidos de la conciencia a determinados elementos. En resumen, se trata de una operación de borramiento, dice Lacan, de las ligaduras imaginarias del significante, acorde a la lógica de la transliteración.

De este modo, el significante se hurta a la conciencia pero su identidad, a nivel de lo literal, sobrevive sin ser sabida. Tal mecanismo de vaciado imaginario interviene también en el retorno de lo reprimido. En estos casos el significante ya reprimido encuentra en una palabra cualquiera el vehículo literal para pasar a la otra orilla. Por ejemplo, un analizante relata un sueño donde abraza a su actual pareja diciéndole mi adorada Marta. Las asociaciones relativas al significante adorada lo llevan a la noche anterior en que inesperadamente recibió un mensaje de Dora, el gran amor de su vida. Este ejemplo nos permite distinguir la polaridad existente entre censura y represión. Evidentemente el sentimiento de amor resucitado no conviene para mantener la armonía del matrimonio actual y será proclive a caer en el olvido o rechazo por acción de la censura. En dirección opuesta opera la represión: cifrar el nombre de la amada permite invocarla de contrabando. El mecanismo de represión recluta elementos subversivos del orden moral. Se abre, entonces, la pregunta sobre si la transgresión de la barrera de la censura que realiza el retorno de lo reprimido se asienta en el contenido indesens del mensaje o en lo insense del significante. Lacan emplea el neologismo goce trou-matique, condensando trauma y agujero para definir la naturaleza del goce del síntoma.

¿Porque la pulsión estaría entrometida en este asunto de las traducciones del inconciente?

Pulsión de muerte

Un sueño, explicó Freud, nunca es solamente un texto informativo sino que realiza una satisfacción alucinatoria de fuente pulsional. Lo mismo vale para las otras formaciones del inconsciente. En La carta robada Lacan (1985) escribió:

Lo que aquí [en Más allá del Principio del placer] se renueva se articulaba ya en el Proyecto por las que su adivinación trazaba las avenidas por las que habría de hacerle pasar su investigación: el sistema ¥, predecesor del inconsciente, manifiesta allí su originalidad por no poderse satisfacer sino con volver a encontrar el objeto profundamente perdido.(39) [1]

Esta cita explica el mecanismo descripto por Freud, donde el producto sintomático emprende un camino regresivo hasta encontrar y repetir la primera experiencia placer – Befriedigungserlebniz- de carácter alucinatorio. Unos años después, Lacan aclaró: el síntoma en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, sin duda, unterbliebene Befriedigung, no los necesita a ustedes como el acting aut, se basta a sí mismo. Es del orden que les enseñé a distinguir del deseo como goce, es decir que este último se dirige hacia la Cosa, una vez atravesada la barrera del bien [ del Principio del Placer], y por eso dicho goce puede traducirse como Unlust [displacer].(Seminario X, 139).

Entre un autor y el otro hay una diferencia crucial. Volver a encontrar el objeto profundamente perdido específica para Freud el fin de la pulsión sexual – Sexualtrieb-. La etiología sexual del síntoma analítico no solo fue sostenida por el primer Freud sino que aún después de Más allá del principio del placer mantuvo, inmerso en contradicciones teóricas, la naturaleza sexual-traumática de los síntomas, a los que adicionó algunas excepciones, como los sueños traumáticos:

Así, el trauma sexual en la medida que repite una experiencia de placer [sexual] anterior, es satisfactorio para una instancia y displacentero [traumática] para la otra. La Wiederholungszvang –compulsión a la repetición- produce también repetición de sucesos pasados, pero unos que fueron displacenteros en su origen y vuelven serlos en su repetición (Freud, Obras completas de Sigmund Freud 1-62).

Mientras que la cita de Lacan aclara que el síntoma encuentra la Cosa de goce después de haber atravesado el Principio del Placer. En el modelo freudiano ese Más allá del Principio del Placer es donde se satisface la pulsión de muerte- Todtrieb-.

El objeto profundamente perdido o el gran agujero

Das ding, al que Lacan rebautiza objeto a, no especifica la huella dejada por un objeto ausente sino la presencia de un vacío real en el tejido imaginario y simbólico de la superficie topológica del sujeto. Lo real, como uno de sus registros, se soporta en lo que está fuera del sentido, el no- sentido, lo imposible de significar, lo que resiste al sentido, lo que trou-matiza el sentido. La sustancia del goce, por así decirlo, tiene para Lacan el estatuto ontológico de un hueco, un vacío. Un agujero que evoca la roca dura de la castración.

Así, la búsqueda de la primera Befriedigung en un eterno retorno no puede satisfacerse sino en un encuentro del sujeto con lo real… más allá de la realidad psíquica. Freud describió la satisfacción alucinatoria con la imprecisa definición de percepción sin objeto, que bien puede traducirse en la óptica de Lacan como la a– percepción traumática de un agujero real imposible de representar.

El a puede compararse con el hueco de una ventana en el muro del lenguaje, algo real que pertenece a la pared pero no está confeccionado con ladrillos significantes ni cimentado de imaginario. La clásica fórmula freudiana para definir el fin de la pulsión como volver a encontrar el objeto profundamente perdido, podría redefinirse como la irreductible compulsión por reencontrar el orificio de salida de la ditmaison del Otro, donde el sujeto advino alienado de las necesidades de su cuerpo biológico. El goce a-usencia, es un concepto límite, como dijo Freud de la pulsión, que une lo psíquico con lo somático. Este rodeo acerca del referente central del goce me ayuda a responder la pregunta clave de este trabajo: ¿Qué relación tiene la metáfora sintomática con la satisfacción de la pulsión?

El significante del goce

Con la noción de representante de la pulsión –Triebrepräsentant- Freud englobó el conjunto de inscripciones psíquicas que transportan la carga de la pulsión. Esta fijación del quantum de energía – Reiz -con el signo no está establecida, conjetura Freud, durante los primeros tiempos de desarrollo del aparato psíquico sino que se inaugura a partir de lo que denomina represión originaria – Ürverdrangung- que constituye la piedra fundacional del sistema inconsciente en tanto reprimido. Die Ürverdrangt Repräsentant das Trieb (el representante de la pulsión originariamente reprimido) contiene la clave del mecanismo de represión secundaria o propiamente dicha, por la cual cualquier representación psíquica capaz de conciencia puede ser capturada por los procesos primarios, y enrolarse en el ejercito de símbolos-soldados pulsionales.

El concepto significante del goce o letra de goce es la versión lacaniana del Triebrepräsentant freudiano. Exagerando el alcance de la metáfora de la valija para aludir a la relación del significante con el significado se podría deducir que, más allá de las apariencias significativas, el significante reprimido transporta el misterioso objeto a-usencia de la pulsión. Pero Lacan explica que ab inicio lo real y el símbolo van por senderos diferentes hasta que, en un segundo momento lógico de estrucutración del sujeto, el borramiento de sentido permite el enlace del significante a lo real. Se trata, dice, de una comunidad topológica de hiancias que determina la fijación –Fixierung– entre el significante y la carga pulsional. El concepto significante en lo real da cuenta de este ciudadano de dos mundos, haciendo de litoral entre saber y goce y, en otro nivel, entre lingüística y psicoanálisis.

El síntoma transporta la instancia de la letra del inconsciente al discurso, engendrando un goce que es goce poético. Por lo cual se puede deducir que el síntoma y la sublimación de la pulsión se anudan con una misma cuerda de lo real, una a la que Lacan llamó Sinthome.

Para concluir

Bajo el amplio y complejo concepto de traducción incluí en este trabajo un conjunto heterogéneo de operaciones lingüísticas con la finalidad de cernir la especificidad de los transportes del inconsciente y fundamentar el núcleo lógico de la interpretación analítica. En el Seminario del Acto analítico, Lacan definió a la interpretación como una intervención significante en lo real. Escueta formulación que toca el meollo de la problemática que hemos seguido acerca del anudamiento entre el signo verbal con el campo central del goce troumatique.

Excluyo aquí de la categoría de acto analítico al conjunto de intervenciones que puede hacer el analista a lo largo del tratamiento que no conciernan a tal intervención en lo real. Las explicaciones, indicaciones, consejos, etc. para resolver la compulsión a la repetición que no alcancen la letra de goce, se sirven de la transferencia para ejercer alguna influencia sugestiva en el comportamiento o las creencias del analizante. Alimentan así la transferencia imaginaria en sentido inverso a su liquidación. Por el contrario, la interpretación analítica revela la equivocación del sujeto supuesto saber.

La interpretación del analista tendría que ajustarse al mismo principio de la traducción poética: crear otra poesía. En nuestro caso, con los mismos significantes que figuran en el enunciado del analizante. Paradójicamente, el efecto de verdad de una interpretación no se alcanza sino por medio de una respuesta equivocada. Una analizante con inhibiciones la construcción de su carrera de cantante, dice al entrar al consultorio: Últimamente adquirí el hábito de llegar antes de la hora para que decanten mis pensamientos. A lo que respondo: ¿Llegó la hora decantar? Como el clásico chiste analizado por Freud: ¿Has tomado un baño? Y el receptor responde ¿Es que falta alguno? Le mot d esprit reescribe la letra de goce, en este último caso sin necesidad de vocalizarla. En una entrevista, el ultimísimo Lacan testimonia así su manera de entender lo relativo a la técnica analítica: No hay más que la poesía, se los he dicho, que permita la interpretación. Es por eso que yo no llego más, en mi técnica, a lo que ella sostiene. Yo no soy bastante poâte. (Lacan, L’insu que sait de l’une-bévues’aile à mourre).

Obras citadas

  • Freud, Sigmund. Más allá del principio de placer. En: Obras completas de Sigmund Freud. Amorrortu, 18, 1983.
    • El trabajo del sueño. En: Obras completas de Sigmund Freud. Amorrortu, 4, 1983.
    • La represión. En: Obras completas de Sigmund Freud. Amorrortu, 14, 1983.
    • Revisión de la doctrina de los sueños: 29° Conferencia. En: Obras completas de Sigmund Freud. Amorrortu, 22, 1983.
  • Lacan, Jacques. De un discurso que no sería (del) semblante: Seminario XVIII (1971) –Inédito– Versión crítica. Establecimiento, traducción y notas: Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Clase Nro. 5 (10 de marzo de 1971).
    • La tercera. En Actas de la EFP del VII Congreso de Roma1974. Petrel,
      1980.
    • El seminario sobre La carta robada. En: Escritos 1. Siglo XXI, 1985.
    • L’insu que sait de l’une-bévues’aile à mourre: Seminario XXIV (1976-1977) —Inédito— Traducción de Susana Sherar y Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Clase Nro. 13 (17 de mayo de 1977).
    • La angustia: Seminario X (1962-1963). —Inédito—Establecimiento, traducción y notas: Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Clase 9 (23/01/1963).
    • Seminario 10. 1962-63. La Angustia. — 1° ed. — Paidos, 2006.
  • Villanova, Arnau de. Discurso sobre el Nombre de Dios (Allocutio super Tetragramaton). Ediciones Obelisco, 2005. p. 32.

Nota al final

[1] Las cursivas son mías.

Biografía

Norberto G. Rabinovich, practica y enseña el psicoanálisis desde hace 45 años en Buenos Aires, Argentina. También lo hizo en Santiago de Chile por una década. Miembro fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974 y Analista Miembro de la misma hasta 1989. Miembro fundador de Letrafonía, espacio psicoanalítico y Lacantera freudiana. Publicó El Nombre del Padre. Articulación entre la letra, la ley y el goce (1999), El inconciente lacaniano (2006), Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce (2007), La letra y la verdad. Seguido de Psicoanálisis y judaísmo (2014), El pecado original del psicoanálisis (2017). Participó como autor de varios libros y revistas de psicoanálisis. Sus trabajos se encuentran reunidos en: su sitio web: https://norbertorabinovichblog.com

Fecha de publicación: 6 de febrero, 2023

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