Publicación original: Jornadas Interinstitucionales 2013 «Diálogos actuales en torno al psicoanálisis» Este trabajo apunta correr el velo sobre cierto modo de implementar el manejo de la…
Norberto Rabinovich Blog
Publicación original: Jornadas Interinstitucionales 2013 «Diálogos actuales en torno al psicoanálisis» Este trabajo apunta correr el velo sobre cierto modo de implementar el manejo de la…
Voy a comenzar con una viñeta clínica a fin de ejemplificar una de las posibles variantes de lo que designaría como el efecto de des consistencia imaginaria de los mandatos superyoicos. Esta pérdida del carácter imperativo del mandato es la contracara de ascesis la ética que promueve el análisis.
En este breve trabajo me propongo interrogar la interpretación, o más precisamente, las diferentes interpretaciones que hizo J. A. Miller de la obra de Lacan. Con el paso del tiempo Miller se convirtió en algo así como el representante oficial del maestro. Por supuesto que no lo es para el conjunto del movimiento lacaniano, pero sí para una inmensa cantidad de personas de otras disciplinas que se han interesado en el pensamiento de Lacan. Y fundamentalmente para una verdadera multitud de practicantes del psicoanálisis.
Hay dos dimensiones en la apuesta de Lacan del Retorno a Freud. La primera, la más manifiesta y reconocida por todos, reside en volver a las fuentes, retomar los textos freudianos para rescatar el filo cortante de su verdad olvidada entre los post-freudianos. La segunda, un poco disimulada al principio pero luego anunciada sin ambages, está implicada en otro de los sentidos de retourner que significa tornar, girar, dar la vuelta. Es la tarea que definió como “el revés del psicoanálisis” en la medida que introdujo un giro de 180º en la manera de comprender los conceptos forjados por Freud para explicar su descubrimiento.
Como en una hora no puedo interrogar el Escrito en su conjunto, me voy a centrar en la parte final, aquella donde Lacan se dedica a plantear los fundamentos de lo que llama “operación de separación”. Como habrán advertido quienes ya leyeron esta parte, allí se encuentra el desarrollo del concepto de pulsión. La perspectiva en la que Lacan enseña el concepto de pulsión ofrece las mayores dificultades para ser comprendido, entre otras cosas porque sugiere que es la misma elaborada por Freud pero omite subrayar las torciones que introduce.
Cualquier analista puede comprobar que los progresos en un tratamiento analítico son, en parte, el correlato de que las exigencias de la conciencia moral del sujeto vayan perdiendo su consistencia. ¿Pero cuál es el límite de este proceso? ¿Acaso la meta esperable debiera ser que el analizante se libre totalmente de la voz de su conciencia moral que amordaza la realización de sus deseos? ¿O habría que aceptar que un cierto grado de sometimiento al superyó es necesario para conservar su adaptabilidad a los requerimientos sociales? Freud no pudo evitar estas preguntas advertido de que el camino del análisis transita en dirección opuesta al que demanda el “deber ser”.
Asistiendo como oyente a las clases de Charcot, Freud quedó profundamente impactado por los efectos de la sugestión post-hipnótica que el maestro enseñaba. Aproximadamente 35 años después, en una obra que llamó “Compendio del Psicoanálisis”, escribió con detalle el fenómeno observado. “El médico (Charcot) entra en la sala del hospital, apoya su paraguas en el rincón, hipnotiza a uno de sus pacientes y le dice: ahora me voy, cuando vuelva Ud. saldrá a mi encuentro con mi paraguas abierto y lo mantendrá sobre mi cabeza. Entonces el médico y sus ayudantes abandonan la sala. En cuanto vuelve, el paciente que ya no estaba hipnotizado, lleva a cabo exactamente las instrucciones que se le dieron mientras estaba bajo la hipnosis.
Es interesante ver cómo Freud, en sus términos, pretende dar cuenta la función de lo real en el inconsciente. Lo hizo particularmente en la construcción de una hipótesis a la que ninguno de sus discípulos cercanos dio importancia: señaló que en el corazón del inconsciente se encuentra la huella de la primera satisfacción “alucinatoria” del deseo. No dijo que era huella de una percepción sino inscripción mnémica de una alucinación. El sujeto sólo quiere volver a encontrase con eso, rememorar alucinatoriamente esa primera experiencia de goce. Por más opacas que resulten estas formulaciones de Freud, no puede ignorarse que intuyó una conexión íntima entre lo que sucede en el ámbito del inconsciente y el fenómeno alucinatorio. Ya mencioné esta relación.
El Nombre del Padre es uno de los conceptos más originales e importantes introducidos por Lacan en la teoría psicoanalítica. Incorporó un fundamento diferente al elaborado por Freud acerca de la función del padre como soporte de la ley en el ser hablante. No obstante, la articulación del Nombre del Padre y la ley incluye resortes mucho más complejos y contradictorios que aquellos que figuran en las versiones de sus discípulos.
De todas las historias de Lacan que he conocido, hay una, ampliamente difundida, que ha concitado mi mayor curiosidad: que hubiera abandonado el dictado del Seminario de Los Nombres del Padre del año 1963-4, después de su primera clase. Más extraño aún es que reafirmara año tras año y hasta el fin de su vida, la decisión de no volver a abrir el tema. No puedo imaginar, por ejemplo que Lévi-Strauss anunciara silenciar la comunicación de un hallazgo en su disciplina porque las autoridades de la Universidad se lo exigieran o porque su auditorio no estaba preparado para ello, o cosas por el estilo.